Aquel invierno la vi demacrada.
A sus treinta y tantos años.
Había perdido esa risa contagiosa, ya no tenía ganas de reír.
"La belleza, el dinero, el amor, la magia, la felicidad, los recuerdos... no son para siempre", me dijeron tus lágrimas.
¿Entonces qué nos queda?
Se apagaba.
No tenía ganas de vivir.
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